No tenía un cerebro de mayor tamaño que el resto de los mortales, pero sí una arquitectura diferente en algunas zonas cerebrales.
Durante mucho tiempo se intentó categorizar el cerebro para explicar por qué hay personas más inteligentes que otras. Inicialmente se pensó que el grado de inteligencia de dependía del tamaño de la sustancia gris, más adelante se puso el acento en las diferencias que podrían existir entre diversas regiones del mismo e, incluso, se defendió que la clave podría esconderse en el número de neuronas del cerebro. Ninguna de estas hipótesis satisface en estos momentos a la comunidad científica.
Actualmente se ha puesto el foco en la integración de las redes cerebrales, es decir, una persona es más inteligente que otra sencillamente porque tiene una conexión neuronal diferente
El 18 de abril de 1955 Albert Einstein falleció a consecuencia de un aneurisma aórtico, siguiendo sus deseos fue incinerado y sus cenizas arrojadas al río Delaware. Y es que el científico alemán no quería “que la gente no fuese a adorar sus huesos”. Lo que no podían imaginar sus amigos y familiares en aquellos momentos era que las cenizas estaban incompletas, ya que su cerebro no había sido cremado.

Durante la autopsia uno de los médicos –el doctor Thomas Harvey- tomó “prestado” -en aras de la ciencia- el cerebro del genio alemán. Harvey, imbuido por un aura fetichista, quería conocer de primera mano qué tenía de especial uno de los cerebros más extraordinarios de toda la historia de la humanidad.
No fue hasta 1985 cuando Harvey publicó por vez primera su estudio sobre el cerebro de Einstein. Llegó a la conclusión de que era bastante anodino y que la única excepcionalidad radicaba en que tenía una proporción anormal de dos tipos de células: neuronas y glía –células de sostén-. Un hallazgo que podría sugerir que el cerebro de Einstein demandaba más energía y, por ende, tenía una mayor capacidad de procesamiento.
Posteriormente se publicó un segundo estudio, en el que los autores afirmaban que el cerebro del genio tenía una corteza cerebral más delgada que la media, lo cual traducía una densidad mayor de neuronas por centímetro cúbico.
En la década de los noventa Harvey devolvió el cerebro de Einstein al Hospital de Princeton, junto con los dibujos y fotografías tomadas.